Vivian Juanita Malone Jones: igualMENTE
Siempre he sentido admiración por las personas
valientes. Me resultan motivadoras, vivas, me inspiran. Y desde que conocí el
caso de Vivian Juanita Malone Jones, he tenido una musa más en mi colección.
Igual el nombre no es del todo conocido: no es de extrañar. Mujer,
culta, negra en un estado de fuerte tradición esclavista como es Alabama, y
para más inri, dispuesta a romper las reglas de su tiempo.
Rebecca fue, a pesar de tenerlo todo en contra, como buen ejemplo
de víctima de discriminación interseccional, la primera mujer afroamericana
admitida en la Universidad de
Alabama.
Esto ocurrió en 1963, marcando un hito en
la historia, a la vez que culminaba toda una vida de retos superados.
¿Qué trabas tuvo que superar Vivian?
Las andanzas de esta mujer comenzaron ya en su adolescencia, en la
que participó en diversos grupos sociales que luchaban por lograr un mundo más
igualitario, especialmente para dos de los colectivos más discriminados por la
sociedad norteamericana del momento: las mujeres, y las personas de raza negra.
Vivian tuvo siempre claro que el cambio comenzaba en la escuela, en una
educación igualitaria, abierta, donde no tuviese cabida la desegregación.
Pero sus ideas no casaban bien en una sociedad donde dicha
desegregación había contado con respaldo legal hasta hacía bien poco.
Insultos, amenazas y coacciones incluso desde las más
altas esferas intentaron boicotear a una Vivian que tenía muy claras sus metas.
Ella cursaría estudios universitarios, no había marcha atrás. Vivian tuvo que
estudiar escoltada por la policía y recibiendo todo tipo de presiones, pero
logró finalizar sus estudios y graduarse, pasando a la historia como un ejemplo
de lucha y tesón.
El caso de Vivian me lleva a reflexionar profundamente
sobre el bagaje que traen los derechos de los que gozamos en la actualidad. A
ella se le negaron derechos básicos, una educación, una seguridad, un
desarrollo personal… por encarnar varios de los estigmas del momento. Por
suerte las leyes han evolucionado y a día de hoy, al menos sobre el papel, cualquier
persona tiene derecho a la educación independientemente de su origen, sexo,
religión… Pero cabe plantearse hasta qué punto se ha conseguido erradicar la
discriminación indirecta, la que es velada, los techos de cristal, para los
colectivos más estigmatizados.
Las mujeres copan las plazas universitarias, cierto,
pero las cifras caen cuando se trata de carreras tecnológicas. La población
negra está integrada en la sociedad, no hay aparentemente discriminación
racial, cierto, pero rara vez veremos banqueros, cirujanos o modistas negros.
Futbolistas, eso sí. Hombres, en cualquier caso.
Las cifras siguen arrojando luz sobre una realidad incómoda
sobre la que es preciso trabajar si queremos alcanzar esa tan ansiada sociedad
igualitaria en la que la palabra “discriminación” desaparezca del diccionario.
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